A menudo se usa la frase “dar un bofetón a tiempo” como reproche, o como muestra de falta de educación: “si le hubieran dado un bofetón a tiempo…”. El debate sobre la utilidad de dar o no dar un bofetón a un hijo como parte de la educación, genera a menudo opiniones contrarias.
Lo cierto es que en un momento dado un bofetón puede llegar a ser útil pero hay que entender cuáles son las circunstancias y las maneras con las que un bofetón puede llegar a ser verdaderamente útil. Hay muchas más circunstancias en las que no es beneficioso, que en las que sí. Y además en las que puede llegar a ser adecuado, es muy importante saber de que forma, con qué actitud y ante qué tipo de niños puede aportar un beneficio.
Los niños según van pasando las diferentes etapas en su evolución hacia la edad adulta, van aprendiendo las normas que su sociedad considera adecuadas. Esto implica un proceso. No es un episodio puntual en el que se aprende todo de golpe y ya no se olvida. Los niños tienen una marcada tendencia a hacer especialmente lo que les resulta gratificante o apetecible, y de hecho cuando no es así suele ser indicador de algún problema. Partiendo de esta premisa en función de cada padre, de sus propias características de personalidad, como son la impaciencia, la rigidez, la ansiedad ante la evaluación que otros hacen de sus hijos… así podrá administrar un tipo de pautas u otras para educar a su hijo.
Cuando la necesidad del educador es la de enseñar rápidamente lo que está bien, y lo que no, se pierde de vista la idea de que educar es un proceso de aprendizaje. Si la vivencia del educador es de que el niño lo hace a posta, que no presta atención, o que busca hacerlo mal para molestar, el estado de ánimo del padre será cada vez más negativo y los sentimientos de enfado condicionaran el tipo de reacción hacia el hijo. Es más frecuente desesperarse cuando el niño no pone en práctica las indicaciones y correcciones que se le han hecho anteriormente: “no se hace ruido comiendo”, “saluda cuando llegues a un sitio”, “no grites a tu hermano”, etc. Cuanto más enfadado esté el padre, más probable es que busque un desahogo por medio de la bofetada, el cachete, o el capón. Todas ellas expresiones para hablar del uso de las correcciones físicas, en diferentes intensidades, y que pretenden parar una conducta inadecuada del niño.
El castigo derivado de una bofetada a tiempo puede funcionar para conseguir algunos objetivos dentro de la educación pero hay que tener muy claro qué se quiere conseguir con el bofetón a tiempo para que de verdad se obtengan los resultados deseados. Una bofetada por sí sola no informa al niño sobre lo que puede o debe hacer en un momento dado, solo indica, “no me gusta, está mal, así no se hace…”, pero no dice
De manera coloquial hablamos de castigo cuando el niño va a tener una consecuencia negativa si hace algo (quedarse sin algo, recibir un bofetón quedarse sin jugar a la consola…). Normalmente la meta es que deje de hacerlo, luego lo que se busca es potenciar otro comportamiento. Aún así, normalmente por desconocimiento, se aplica el castigo tanto para aumentar, como para disminuir un comportamiento.
Llegados a este punto nos deberemos centrar en conceptos sobre aprendizaje, especialmente relevantes en la educación infantil: Refuerzo positivo y negativo, y Castigo negativo y positivo.
La definición de castigo a nivel coloquial no corresponde con la definición que usamos los profesionales. Definamos lo primero que es un refuerzo y que es un castigo desde el punto de vista del aprendizaje y de la psicología. Un refuerzo es toda aquella acción que realiza un padre para aumentar una determinada conducta. Por el contrario hablamos de castigo cuando el objetivo es disminuir una conducta.
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Fernando Azor