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Opinión

¡Qué nos traerá 2017? Para satisfacer esa curiosidad se publican horóscopos y se lanzan cartas adivinatorias. Es una oportunidad para augures, adivinadoras, astrólogos y algún cibernauta.

¡Qué nos traerá 2017? Para satisfacer esa curiosidad se publican horóscopos y se lanzan cartas adivinatorias. Es una oportunidad para augures, adivinadoras, astrólogos y algún cibernauta. Algunos acertarán y otros no, depende del azar. Y digan lo que digan, lo que tiene que ser, será. Y lo que tiene que ser depende, por una parte, de la situación ambiental en que se encuentra el personal y, sobre todo, de la respuesta de cada cual en sus circunstancias personales.  

Nuestra situación, en el ámbito ideológico, viene marcada por la modernidad, el progreso, la globalización y el buenismo. Buenismo en abundancia. Y las perspectivas son las de un mundo mejor. Así de sencillo, el mundo mejor llegará porque sí. Lo dicen los profetas del pensamiento único. Curiosamente, en esa mejoría mundial no aparece referencia alguna, se mire como se mire, al modo de ser mejor persona.

Es la globalización un proceso que, de modo irreversible, conduce al final feliz de la historia. Es una mano invisible que maneja la economía para conducir a la sociedad universal hacia su plenitud. Solo economía y, todo lo demás, sea política, cultura o creencia, queda pendiente de la economía. Es como el marxismo, que conducía al internacionalismo igualitario en lo económico. Ahora el internacionalismo se convierte en globalización mediante las posibilidades técnicas en transporte y comunicaciones. Con libre mercado, eso sí, y democracia universal. Pero las regulaciones, normas y ajustes son abundantes. La producción de papel de obligado cumplimiento por parte de las Comunidades Autónomas, el Estado, el “Megaestado” y el “Orden Mundial”  funciona a pleno rendimiento.  

La percepción de la realidad no coincide con lo que dicen los profetas de nuestro tiempo. “Ni el Estado de Bienestar parece dispuesto a garantizarnos una pensión digna, ni las empresas permiten soñar con un contrato hasta la jubilación”(Javier Barraycoa). La familia no es un apoyo indestructible, queda reducida a una pandilla que se va recomponiendo con el paso del tiempo, como el trabajo o el propio futuro.

La realidad es que la presente generación, en opinión de Richard Sennet, se siente profundamente más insatisfecha, laboral y vitálmente, que la generación de sus padres.  Muchos hombres que tuvieron vidas rutinarias y trabajos poco cualificados se sentían más felices que sus hijos, sean profesionales liberales o altos ejecutivos. Existe insatisfacción estructural, añade Sennet, por el trepidante ritmo de vida, los cambios profesionales, la sensación de inestabilidad y la imposibilidad de centrarse en la educación de los hijos.

Los hijos. Ahí está el futuro. ¿Qué futuro? Mientras los padres encuentran dificultades para educar a sus hijos, la maquinaria estatal ha desarrollado un sistema de masificación formativa mediante el control total del sistema escolar. A los “ocupantes” del poder se les ocurrió que había que fomentar la originalidad del alumno y des-jerarquizar la escuela. En la escuela queda poca autoridad y rige una sublime democratización.

El resultado de las reformas (dice Inger Enkvist) es que cuando los padres o docentes dirigen, pero no corrigen en armonía con sus convicciones, se provoca un debilitamiento de la formación. Cuando la mente de los jóvenes no está influida o solicitada por los educadores, los jóvenes se dirigen a un mundo que si los solicita, el comercial. Ciertas pedagogías centradas en la dispersión y la distracción modelan los gustos de los niños. Buscan afanosamente formas de consumo como distracción vital (Javier Barraycoa).

En medio de la difusa solución planetaria, el hombre se encuentra un poco despistado. Su papel fragmentario como trabajador, consumidor, pensionista o medio-pensionista, no le resulta gratificante. Se percibe como algo efímero, manejado por las fuerzas del momento. Y como además tiene poca confianza en las estructuras y superestructuras de poder que le agobian con sus normas y le exprimen con sus impuestos ¿qué le queda? Consumir. Y tal vez acudir al psicólogo o psiquiatra.

Habría que buscar donde está el fallo. Cuando adquirimos un chisme multifuncional, más o menos complicado, siempre viene acompañado de un folleto de instrucciones donde el fabricante nos indica lo que debemos hacer para que las prestaciones ofrecidas respondan adecuadamente. Razonablemente se siguen los consejos del experto y el aparato funciona hasta que la obsolescencia programada lo inutiliza.

La persona humana es una criatura, con órganos y espíritu, mucho más complicada y sensible que cualquier instrumento. Como es una criatura necesita esencialmente, en cada momento de su vida, el apoyo de su Creador. Hace muchos siglos, el Creador reveló a Moisés un libro de instrucciones para el buen funcionamiento del hombre y de la humanidad. Los preceptos del Decálogo dicen lo que hay que hacer y lo que no se debe hacer. Son muy sencillos de entender, pero su primera instrucción es condición imperativa y determinante: el amor a Dios como fundamento de todas las cosas. Su cumplimiento es el único camino para encontrar la paz interior, la paz en la familia y en la humanidad.

Julio Narro

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